sábado, 27 de abril de 2013

De cómo me asaltó la mirada de un hombre mayor que aterrizó en mis ojos desde otro mundo

Mientras la música taladraba nuestros oídos y todos saltábamos juntos poseídos por el beat, un extraño hombre mayor intentaba abrirse paso entre ésta gran masa de gente. Su camisa a cuadros azules, lentes de órbitas redondas y pantalones de pana nos gritaban desde otro mundo. Y desde éste mundo olvidado nos miraba a todos, melancólico. Avanzaba lento, peleando por cada paso, esquivando manotazos y furiosos tacones. Tenía la mirada de alguien que busca lo que perdió hace mucho tiempo.

Mi cuerpo estaba en el centro del salón moviéndose a su antojo mientras mi mente disfrutaba en otra galaxia más hermosa. Y ahí me expandía cada vez más, potenciada por un Dios artificial, ciego y extranjero. Entonces el hombre mayor alcanzó el centro del salon creando una colisión brutal entre su cuerpo y el mío. Instantáneamente me propulsé de regreso, desde el éxtasis hasta el presente con la velocidad del sonido, y caí punzante en el centro de mi cabeza que aún no lograba sentir como mía. Así me asaltó la mirada de este hombre mayor que aterrizó en mis ojos desde otro mundo.

Nos encontramos el uno al otro de frente, incapaces de evadirnos. Miré su rostro que se iluminaba a pedazos por flashes de luz intermitente. Una pupila azúl, una barba a punto de ser totalmente blanca, una ojera izquierda, las grises cejas larguísimas, tres arrugas enormes en el cuello sosteniéndose la una a la otra, a la vez sostenidas por un botón a punto de estallar, y una mirada triste que se metía cada vez más lejos en mi pupila. Lejos hasta desconocerme. Pasaron veinte segundos y los dos seguíamos parados ahí, mirándonos entre cabellos en vuelo, brazos golpeando el aire, almas ausentes. No supe en qué momento el extraño hombre mayor había seguido su camino, pero cuando el presente me terminó de golpear el ya no estaba ahí.

Ya completamente sola, sentada en la acera de una calle oscura, decido aceptarle este round al silencio. La musica de la fiesta se escucha lejos. Observo mis manos pero no las reconozco. Ésta piel tampoco es mía y sin embargo hace que sienta frío. Hay algo que pulsa incómodamente en mi centro y no puedo apagar. El cielo que está encima envuelve pero no protege. Qué pequeños somos frente a la soledad de una estrella.

Alguna vez tuve un mundo y lo olvidé. Me lo recordó la mirada del hombre mayor que aterrizó en mis ojos desde otro mundo.

lunes, 22 de abril de 2013

Minicuento - Como cada domingo

Hay algo que me sorprende mucho del dueño de los dedos que me toman del mango, y es su capacidad de disfrutar lo que hace conmigo cada amanecer del domingo. Siempre es igual. Después del acto los dos esperamos a oscuras, inmóviles, a que los primeros rayos del sol que entran por la pequeña ventana del baño iluminen y transformen de tono la sangre que yace, aún tibia, sobre el mármol blanco. Yo siempre espero inquieto a que llegue el momento en que me necesite, y él espera sentado, quieto, sobre la tasa del baño, escuchando el silencio que solo puede apreciar después de los gritos. Así como un hombre que termina de rezar espera a que Dios le conceda su más grande deseo, mi dueño espera a que esta vez el sol sí le enseñe algo más acerca de ese líquido vital. Pero apenas la sangre es asaltada por un pequeño rayo de luz y observo cómo él se levanta hirviendo en ira, mientras balbucea cosas que solo una bestia mítica entendería. Entonces un mar espeso de jabón, jergas y cabellos surcan el piso. Lo del cuerpo tirado es lo de menos, es la sangre lo que a él le interesa. Y es lo que hace conmigo al final lo que disfruta más. Es el sonido de mis cerdas arrancando la sangre que se aferra a las hendiduras entre pieza y pieza del mármol. Son esos cráteres casi invisibles, esas burbujas microscópicas de cemento que se llenan de sangre las que mis cerdas deben alcanzar para limpiar por completo, con cuidado, cada surco, nada sucio, matar el rojo por completo, que sólo quede el blanco aséptico y el olor a cloro. Cuando está todo listo él suspira hondo y observa el baño por unos segundos. Sonríe, entonces yo sé que es el momento de regresar a ese vaso transparente en la orilla de la ventana, y esperar a que la próxima semana él me tome del mango con sus dedos y le de sentido a mi existir.

viernes, 19 de abril de 2013

Mi fe

A los 30 años deje de creer en el amor. Hoy el amor es un intercambio de beneficios, tanto externos como internos, en los que intervienen diversos sentimientos como la admiración y el enculamiento, la decepción y repulsión, y que nada tienen que ver con los cuentos de hadas ni con los beneficios sociales de vivir en pareja. Luego, después de un par de años, con fortuna, mucho trabajo y carisma posiblemente aparezcan pulsiones de luz, vagas o intensas pero momentáneas manifestaciones de luz pura y transformadora. De esa que lleva al gusano de la mano hasta convertirse en mariposa, de esa que te transforma sin querer en alguien mejor. Aquí radica mi fe, en encontrar a alguien que me guste mucho, al que yo le guste mucho, que juntos nos hagamos reír y olvidemos el día y la hora. Que me deje ser, que no trate de cambiar nada de mi, que amemos y luchemos mutuamente por nuestra libertad. Que nos veamos a los ojos como seres humanos conmovedoramente falibles. Y que convergan las fichas que nos permitan un momento puro de luz transformadora. Con eso, Dios, Allah, puedo morirme tranquila. Inshallah.