Mientras la música taladraba nuestros oídos y todos saltábamos juntos poseídos por el beat, un extraño hombre mayor intentaba abrirse paso entre ésta gran masa de gente. Su camisa a cuadros azules, lentes de órbitas redondas y pantalones de pana nos gritaban desde otro mundo. Y desde éste mundo olvidado nos miraba a todos, melancólico. Avanzaba lento, peleando por cada paso, esquivando manotazos y furiosos tacones. Tenía la mirada de alguien que busca lo que perdió hace mucho tiempo.
Mi cuerpo estaba en el centro del salón moviéndose a su antojo mientras mi mente disfrutaba en otra galaxia más hermosa. Y ahí me expandía cada vez más, potenciada por un Dios artificial, ciego y extranjero. Entonces el hombre mayor alcanzó el centro del salon creando una colisión brutal entre su cuerpo y el mío. Instantáneamente me propulsé de regreso, desde el éxtasis hasta el presente con la velocidad del sonido, y caí punzante en el centro de mi cabeza que aún no lograba sentir como mía. Así me asaltó la mirada de este hombre mayor que aterrizó en mis ojos desde otro mundo.
Nos encontramos el uno al otro de frente, incapaces de evadirnos. Miré su rostro que se iluminaba a pedazos por flashes de luz intermitente. Una pupila azúl, una barba a punto de ser totalmente blanca, una ojera izquierda, las grises cejas larguísimas, tres arrugas enormes en el cuello sosteniéndose la una a la otra, a la vez sostenidas por un botón a punto de estallar, y una mirada triste que se metía cada vez más lejos en mi pupila. Lejos hasta desconocerme. Pasaron veinte segundos y los dos seguíamos parados ahí, mirándonos entre cabellos en vuelo, brazos golpeando el aire, almas ausentes. No supe en qué momento el extraño hombre mayor había seguido su camino, pero cuando el presente me terminó de golpear el ya no estaba ahí.
Ya completamente sola, sentada en la acera de una calle oscura, decido aceptarle este round al silencio. La musica de la fiesta se escucha lejos. Observo mis manos pero no las reconozco. Ésta piel tampoco es mía y sin embargo hace que sienta frío. Hay algo que pulsa incómodamente en mi centro y no puedo apagar. El cielo que está encima envuelve pero no protege. Qué pequeños somos frente a la soledad de una estrella.
Alguna vez tuve un mundo y lo olvidé. Me lo recordó la mirada del hombre mayor que aterrizó en mis ojos desde otro mundo.