martes, 10 de enero de 2012

Kafka en la orilla, Murakami

Murakami, ¿que me haces que no dejo de soñar? Me has devuelto, no solo el gusto por la lectura, sino mi calida paz. Desde la primera página de tu libro, miro el mundo desde adentro.

Hoy tuve que parar en la página 173, porque debía seguir con el curso del día. El sauna, el tráfico, el ensayo, la memoria, otra vez el tráfico, mi casa, el té con leche de soya, balbuceos y este post, que fluyeron sin angustia; porque hoy, con tu libro bajo el brazo, se que la vida está en otra parte. Más cerquita de mi, que de lo que veo con mis ojos.


Balbuceando

Con cada respiración voy entendiendolo todo.


Nada importa.
Más dura que una roca.
Más fria que un pedazo de hielo
que quema si se contiene.

Burbujas de jabon
truenan y desaparecen.

Incertidumbre y frio.
Un hilo que me jala hacia dentro
de repente.

Mi cabeza palpita
un gritito sordo.

El miedo
escondido en las faldas de su mami.
Y las ideas. Todas mias. Esas sombras de nada.

Es esta nada vestida de seda
que cuido y admiro
y no me cubre del frio.

Respiro. Nada. No hay nada.

Y si permito que duela
es cuando miro, la luz.