viernes, 12 de octubre de 2012

Un poco de nostalgia desconocida

¿Cómo es que te extraño si nunca te he tenido? Apenas te conozco.
Desconozco la parte de ti que me hace suspirar, y aun así eres el sujeto
de mi desvelo. Estas tan fuertemente presente. Pero nunca has estado,
no existes en mi vida y eres más real que el pasar de mis días.
No quiero conocerte. Después tal vez quiera olvidarte, cuando tu te hayas ido
y me hayas olvidado. Que quede el recuerdo de un perfume
o una triste, conveniente resignación.
Sueño que te quedas, yo me quedo,
y nos esfumamos. Ya nos perdimos. Ya te tengo nostalgia.
Ya te quiero. Déjame darte todo lo que te tengo.
Ya no me cabe. Llévatelo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En los tiempos en los que vaciar el alma dentro del recipiente del alfabeto requería emplear el puño, la tinta y el papel, existía entre cualquier solitario que se sentara a escribir una carta una fijación en común; una especie de promesa oculta que implicaba el hecho de postrarse frente al candil y abrir el grifo del corazón para que desde el torrente sanguíneo fluyeran, hasta alcanzar el papel, los secretos, las conspiraciones, las preguntas, los reproches, las alabanzas, los planes y las despedidas; cualquier cosquilleo de las entrañas. Hablo del aroma de las cartas.

Antes de comenzar una escritura se ambienta el espacio. La música funciona y el tono de la luz es importante. Una copa de vino inspira, pero con mezcal se pueden abrir cerrojos blindados .
El olor del cuerpo relajado, la humedad y el humo del incienso llenan una habitación que se convierte en el refugio para la intimidad de los pensamientos. Y cada respiración, por suave que sea, queda impregnada en el papel como el cálido aliento que antecede al beso.

Del otro lado de la ciudad, del país o del planeta quizá, el destinatario no sabe aún que le preparan para un viaje en el tiempo. Un viaje sin forma ni sombra, que comienza cuando se inhala el primer mensaje de una carta recibida. Los ojos comenzarán a moverse en sentido horizontal, de izquierda a derecha y bien abiertos. Un párrafo tras otro la mirada hace un esfuerzo mayor por lograr dirigir la atención a ese puñado de símbolos de tinta que aparentemente tienen un significado. Pero sin resultado alguno, ya es muy tarde. Tan solo haber acercado la carta a unos centímetros de la cara, el cuerpo ya ha sido transportado a aquella habitación desconocida en la que fue capturado ese perfume. El alma cegada por la sutileza de ese aroma intenta reconstruir, primero, ese lugar en el que nunca ha estado pero se hace palpable. Imagina el aire y los rincones descuidados. La disposición de las macetas y la ubicación del escritorio en el que su carta fue escrita. El olor a incienso y humedad lo revelan todo. Luego, acercándose en silencio y guiáda por el rastro de aliento en el papel, roza suavemente la nuca del absorto escritor que ni se inmuta y a caso hace el ademán de ahuyentar un mosquito. Él aún está en el pasado y no sabe que va a lograr su cometido. Lo único que sabe, es que sus palabras tendrán que ser releídas al menos un par de veces hasta ser entendidas, pues ha puesto mucho empeño en que sea el aroma de esa noche lo que primero llegue a su destino.

Escribir al vacío no deja rastro, no olfativo. Por eso mi alma lee y comprende, porque no se ha movido. Y aún así, cada vez que viene la lluvia, de ella y de la tierra mojada que deja, reconstruyo el perfume de una carta que no fue escrita en papel.

Paulina dijo...

Que bonito. ¿Quien eres?

Anónimo dijo...

¿Qué importa si nunca he respirado tu aroma, ni tú el mío? Me puedes ver como un puñado de ceros y unos. Te he encontrado sin querer, y lo que has escrito inspiró una réplica de mi parte. Me basta con eso… y con el curso natural de la Entropía.